Entrevista a Carina, Octubre 2024.
¿Qué materias enseñás y hace cuánto te dedicas a la docencia?
“Las materias son muy amplias porque, como soy licenciada en Comunicación Social, pueden corresponder a la orientación de Comunicación, donde en cuarto, quinto y sexto hay varias materias, o a Ciencias Sociales, donde hay, por ejemplo, Comunicación, Cultura y Sociedad. Pero bueno, hay observatorios de medios, taller de prácticas integrales, teorías de la comunicación... Realmente es amplio el abanico. Me dedico hace 14 años.”
¿Dónde te formaste?
En la Universidad Nacional de La Plata.
¿Qué te llevó a querer ser docente?
“No sé... Yo me tenía que anotar en una carrera, quería estudiar Psicología, pero había cerrado la inscripción en Psicología en La Plata. Entonces, me anoté en Comunicación porque siempre me gustó hablar y lo social. Mientras hacía la tesis de la licenciatura, surgió la posibilidad de hacer un profesorado y dije: “Bueno, un profesorado... No sé si voy a trabajar de esto, pero es una salida laboral”. Lo vi como una salida laboral, y cuando me vine a vivir a Bahía Blanca fue el primer trabajo que salió: ser docente. Entonces, le empecé a tomar el gustito, primero con miedo porque no me sentía muy segura de mí misma. Después, la verdad es que me terminó gustado mucho el intercambio, el estar conectada con los chicos. Cuando uno ya va creciendo, te das cuenta de que las adolescencias son distintas, que los contextos son distintos, y está bueno volverse a empapar de esas situaciones, de esas emociones, de esos sentimientos. Volver a sentir que tenés 15, 16 años. Y me gusta desde ese lado, estar en contacto con los chicos.”
¿Cuántas horas por semana tenés en las escuelas?
“Y eso depende, pero para poner un promedio, entre 4 y 6 horas por día, porque también doy clases en la facultad, entonces eso también me lleva tiempo. Pero sí, pongámosle que serán 30 horas semanales.”
¿Qué edad tienen tus estudiantes?
“La mayoría de mis estudiantes tienen entre 15 años en adelante, porque también doy clases en adultos, entonces no hay un techo.”
¿Y cómo es cuando das clase en la facultad?
“En la facultad es en la UPSO, la Universidad Provincial del Sudoeste, que tiene la Tecnicatura en Comunicación Social y también la Licenciatura en Comunicación Social de manera virtual. En ese caso, hay chicos que son muy jóvenes, que recién arrancan, que salieron del secundario. Pero también hay mucha gente grande que hacía el oficio de periodista, porque la UPSO tiene esta particularidad de que está en diferentes lugares, casi que ocupa toda la sexta sección. Entonces, hay muchos periodistas de oficio que, cuando llegan a la carrera, quieren formarse. Por ahí tenés personas que tienen 30, 40, 50, 60 años y muchísimo más en la profesión. Entonces, no sé si se podría encasillar en una edad.”
¿dirías que tenés conocimiento sobre salud mental?
“Escasos, diría yo.”
Los que sentís que tenés, ¿de qué forma los adquiriste?
“En algunas cuestiones, por experiencias personales, porque a todos en algún momento nos atraviesa alguna problemática que nos pone en alerta y nos hace que busquemos información o ayuda, dependiendo del caso. Y, en lo particular, con lo que sucede en el aula, el tiempo te lleva a darte cuenta de que hay cosas que no son las mejores o que no son correctas. Entonces, esas alarmas se van prendiendo y te entra la curiosidad de pensar: “¿Cómo puedo ayudar a esta persona? ¿De qué manera puedo intervenir, ya sea con la familia o con el alumno?”. Y vas descubriendo... Pero no deja de ser escaso porque, en realidad, queda en la búsqueda personal y en el interés de uno, si tenés el tiempo para hacerlo. Creo que falta mucha capacitación constante para que uno esté con todas las alertas encendidas y sepa cómo ayudar. A mí me pasó una experiencia particular dando una clase surgieron muchas problemáticas que les pasaban a los alumnos. Y cuando empezaron a contar algunas cuestiones relacionadas con su vida privada y las expusieron ante el grupo, yo no sabía cómo responder, cómo ayudar, qué hacer siendo la docente. Fue como “¿Qué pasó acá? Esto se me fue de las manos”. Estuvo buenísimo porque se dio ese espacio, los alumnos se sintieron cómodos, pero al mismo tiempo yo me quedé asustada de si había abierto un lugar para el que no estaba preparada para afrontar después.”
¿De qué forma tu labor impacta en tu salud mental?
“Yo creo que impacta mucho, de alguna u otra forma. A mí me importa mucho lo que le pasa al otro, no puedo desprenderme si a algún alumno le está pasando algo y olvidarme. No puedo esperar al otro día para encontrármelo y preguntarle. Hay alumnos que, además, te dejan marcadas ciertas historias de vida que cuentan, y uno se queda con esa carga, pero en el buen sentido. Es una preocupación de querer ayudar, de ser alguien con quien ese alumno se sienta a gusto para charlar, para largar sus emociones. No es algo que uno pueda dejar de lado fácilmente, es difícil no llevarse esa carga consigo mismo. Si es lógico que hay espacios donde uno se entera de las cosas, ya sea porque el alumno te lo cuenta o porque alguien te comenta una situación. Y ahí a veces uno elige ser parte de eso, de involucrarse, aunque a veces no sea adentro del aula, sino buscando un espacio para tratar el tema. Es muy difícil desprenderse porque somos personas, y cuando trabajás con personas, no te puede no importar lo que le pasa al otro. En cuestiones de salud mental, sabemos que son cosas complicadas, no es algo simple como que un alumno no trajo su cuaderno porque es un despistado o se acostó tarde. Son cosas que realmente los atraviesan y te hacen preguntarte: “¿Por qué actúa de esa manera? ¿Por qué va tantas veces al baño? ¿Por qué se distrae? ¿Por qué se duerme? ¿Por qué es irritante? ¿Por qué participa más o menos?”. Siempre se dice que uno, en marzo, hace un diagnóstico áulico que sirve para conocer a los alumnos. Casi siempre, ese diagnóstico está muy vinculado a sus capacidades pedagógicas: la lectoescritura, los conocimientos previos que traen. Pero, en ese diagnóstico, también vas recolectando cuestiones sociales, como las relaciones con el grupo de pares, si es un alumno que vino de otra escuela y tuvo que integrarse. Creo que estamos atravesados por estas situaciones todo el tiempo. A esta altura del año, en Octubre, yo creo que puedo describir a cada alumno, con sus cosas lindas y con sus cosas no tan lindas, porque uno los conoce. Es un trabajo en el que estás metido constantemente.”
¿Y qué observás en cuanto a la salud mental de tus colegas? ¿Hablan del tema? ¿Observás algo en ellos que te haga pensar que pueden estar pasando por alguna situación?
“Yo creo que hay de todo. Hay muchos docentes que se involucran un montón, que también están en esta situación de ver cómo ayudar. Y hay muchos docentes desbordados por estas situaciones, porque no podemos con todo lo que sucede. Como decía antes, no tenemos las herramientas o no las buscamos, y después queda esa sensación de “no puedo incluir porque no me enseñaron a incluir”. Me da culpa pensar así, pero uno también tiene que buscar sus propias herramientas en la vida, más allá de la docencia. Pero creo que entre los docentes hay mucho cansancio, hay un desborde, porque lidiamos con los alumnos, la institución, los padres... Son muchas piezas que forman el colectivo de la educación. Y, sobre todo, los que estamos más en vínculo con los alumnos, nos llevamos esas cargas emocionales y queremos ver cómo ayudar, pero es un colapso en gran medida.”
Respecto a lo que ves en el día a día dentro de las aulas, ¿qué problemáticas estás viendo actualmente? ¿Cómo manejás las situaciones que surgen? ¿Recibís apoyo de otros sujetos en la institución?
“Lo que más veo es un desamparo. Hay muchos chicos que están muy solos, y eso puede detonar un montón de situaciones. Cuando hay acompañamiento detrás, el chico es distinto, la forma de enfrentar un conflicto o una frustración es diferente. Pero cuando no tienen ese acompañamiento, se ve reflejado en las conductas. Veo muchos ataques de pánico, que antes no veía. Hay chicos que me piden salir del aula, tomar agua, o que los abrace. Me impresiona que algunos ya saben cómo manejar su ataque de pánico, porque están descubriendo estas herramientas, pero se sienten colapsados y necesitan salir del aula. También hay chicos muy introvertidos, a quienes les cuesta expresar lo que sienten, pero si uno se detiene a preguntarles, empiezan a abrirse. Las conductas violentas, tanto verbales como físicas, también se observan mucho. Creo que muchas veces es una forma de defenderse ante algo que no pueden expresar con palabras, y por eso actúan de forma agresiva. Bardeandote, insultandoté, “arreglemos esto a los golpes”. Antes, no veía estas cosas hace 14 años, cuando empecé a dar clases. Veía grupos de alumnos más unidos entre sí, con un sentido de pertenencia. Hoy, siento que falta esa unión, esa empatía entre ellos. Se habla mucho de bullying, pero hay algo que hace que esos mensajes no lleguen del todo. Las charlas se dan, pero parece que no alcanzan. Y esto se nota en la dificultad que tienen para pedir ayuda.
¿Cosas como depresión, ansiedad, has escuchado que pase o lo has visto?
“Si, del tema de depresión he tenido alumnos medicados que me han avisado, ahí entra el rol de los preceptores en avisar esas cosas. Más que nada por los permisos de poder salir del aula, ir a tomar agua… Y uno tambien estar un poco en compañía del proceso, porque muchas veces pasa que uno dice “bueno, no se cuenta, no se dice” y por ahí vos desde el rol docente, que siempre se dice que el docente es un taxi que va de escuela en escuela, ves que el alumno no viene, desaprueba por no venir, pero quizás detrás de ese no ir pasaba algo. No estaba viniendo por estar en un cuadro depresivo, porque le faltó la medicación, porque se quedó sin obra social… Y como decía, en algunos casos hay familias más presentes o más ausentes. Sobre los ataques de pánico, una o dos veces por semana nos enfrentamos a un ataque de pánico de algún alumno. Lo veo más referenciado en nenas más que en varones. Ellas se me acercan y me lo cuentan, no significa eso que al varón no le esté pasando. Siempre está esto del estigma igual.
Y respecto a cómo manejás estas situaciones, como por ejemplo los ataques de pánico, ¿cómo reaccionás?
“Al principio, no sabía bien qué hacer. Recuerdo que en una situación, nos aislamos del grupo para entender que el corazón acelerado del alumno tenía que ver con una situación que ya no podía controlar. No supe más qué hacer, solo le pedí que respirara profundo, invitarle a que diera una vuelta, que tomara agua. Me acuerdo que me pidió que la abrazara y pensé: “Qué bueno que sabés qué tengo que hacer yo, porque yo no sé qué hacer”. Esa experiencia me sirvió para aprender cómo manejarlo mejor la próxima vez. Desde entonces, siempre pido que me avisen si llegan bien a sus casas, porque uno se queda pensando en cómo están, en cómo lo están atravesando. Me aseguro de que no se vayan solos de la escuela, por supuesto que se avisa a las familias, pero una vez que se abre la puerta, uno no sabe cómo termina la situación. A veces, recibir un mensaje de agradecimiento de los alumnos, diciéndome “gracias por preguntar”, te hace darte cuenta de lo importante que es ese mínimo detalle para ellos. Aunque uno no sea la persona más indicada, es un recordatorio de que para ellos es importante que alguien esté presente. Los adultos en cambio lo pueden poner mejor en palabras. Al adolescente le cuesta más. El estigma hace un poco de mella.
¿Sentís que tenés apoyo de otros miembros de la institución? ¿Hay trabajo en equipo respecto a estas situaciones?
“Por momentos, sí. Creo que siempre uno busca apoyarse en alguien, porque si te guardás todo para vos, terminás explotando. Se hacen intervenciones, hay equipos educativos con psicopedagogas, psicólogas y trabajadores sociales, pero no falta. Falta mucho. A veces tenés cinco o seis situaciones en un día, y la persona del gabinete es una sola, lo que hace imposible que pueda atender todo. Falta mucho más apoyo y presencia para acompañar estas problemáticas. En las escuelas secundarias, especialmente, hace falta más recursos. No es que no haya espacios de escucha, pero no alcanzan. En la educación de adultos pasa lo mismo: aunque sean adultos, también necesitan un lugar donde plantear sus situaciones y sentirse acompañados.
¿Qué sentís que hace falta o se podría hacer para que los docentes estén más preparados para afrontar situaciones que tienen que ver con la salud mental?
"Yo creo que primero hace falta entender que la salud mental es fundamental, y es importante dejar de lado la idea de que 'yo vengo a dar clases' como si eso fuera lo único que importa y los demás factores no contaran. Entender que la salud mental es una prioridad es esencial, especialmente porque estamos trabajando con seres humanos. Es cierto que, en una escuela, a veces las cosas colapsan, pero esto se aplica a cualquier lugar de trabajo: el vínculo con el otro es clave, ya sea en una empresa privada o en un comercio.
Primero, hay que entender que esto nos afecta a todos por igual. Si uno piensa que 'este no es mi problema' y que solo está allí para enseñar matemáticas, por ejemplo, se pierde de vista que el bienestar de los estudiantes es parte de ese proceso. Para que un alumno entienda la multiplicación, debemos abordarlo desde un lugar más integral. Si el aula no es un espacio saludable, nos encontraremos con grupos disfuncionales, donde algunos estudiantes responden y otros no, o donde el comportamiento es un obstáculo para el aprendizaje.
Por eso, creo que hay que trabajar mucho en integrar otras perspectivas, especialmente aquellas relacionadas con la salud y las herramientas psicológicas. Es cierto que hay protocolos para casos particulares, y las escuelas cuentan con guías sobre qué hacer ante una situación específica. Sin embargo, hay que estar presente en esos momentos difíciles. A veces, conocer el procedimiento no es suficiente, como cuando te enseñan a hacer RCP: puedes saberlo en teoría, pero frente a la situación real, es fácil quedarse en blanco. Por eso es importante reforzar las capacitaciones y ofrecer charlas basadas en casos reales, para estar mejor preparados ante lo inesperado.
Es fundamental comprender que los alumnos son como son, no porque lo elijan, sino porque atraviesan situaciones en sus vidas que los afectan. Hay que tener en cuenta sus contextos y recordar que, a veces, nosotros, como docentes, estamos desbordados por nuestras responsabilidades: planificar, diagnosticar, dar clases, y además, atender el bienestar emocional. Pero si no tenemos un espacio en el que todos se sientan bien y cómodos, es imposible que el resto se desarrolle.
Creo que hace falta más apoyo, más vínculo, más personas capacitadas para guiarnos, y también que nosotros, como docentes, seamos receptivos a esa guía. A veces, cuando nos enfrentamos a cambios, como la llegada de las computadoras a las aulas, hay una resistencia inicial, pero con el tiempo nos adaptamos. Es lo mismo con el enfoque en la salud mental: aunque no seamos especialistas, estamos trabajando con seres humanos y debemos aprender a adaptarnos para brindar el apoyo necesario.
También es crucial fortalecer la comunicación entre la familia y la escuela, aunque a veces esa relación no es fluida. Es verdad que hay situaciones en las que la escuela hace todo lo posible y, aun así, la familia no colabora. Sin embargo, también necesitamos leyes y sistemas que se actualicen para poder brindar un mejor acompañamiento.”
¿Por qué elegiste esa agenda como un objeto que te representa como docente?
“Bueno, voy a decir primero que me costó mucho encontrar un objeto que me defina como docente, porque no sé si hay un objeto que me defina como tal. Pero sí me di cuenta de que la agenda es lo único que siempre tengo que tener en mi mochila o en mis manos, porque es donde planifico mis clases, donde escribo lo que voy a dar, y donde borro, finalmente, lo que no se dio y anoto lo que sí. Y eso me sirve para revisarme y decir: “A ver, ¿por qué no funcionó esta actividad que tenía propuesta?”. La agenda es el lugar donde vuelco mis ideas y organizo mi semana. Y cuando no se dio lo que estaba planeado, a veces pienso: “Ay, no se dio”, pero después me doy cuenta de que estuvo bien que no se diera, porque tenía que surgir otra cosa. En la práctica docente, uno está planificando constantemente, y antes me costaba mucho aceptar que no se diera todo lo que había planeado, como si fuese algo malo. Ahora, cuando reviso mi práctica, me doy cuenta de que está buenísimo cambiar el rumbo, ser disruptiva conmigo misma. A veces, uno es muy estructurado, muy organizado, y por eso tengo una agenda. Pero cuando voy tachando o cambiando, ya no me asusta. Antes me aferraba a cumplir con el calendario, con el programa, pero ahora veo que a veces surgen cosas enriquecedoras tachando. Por eso creo que la agenda me define, porque si uno la ve, tiene un poco de todo.”
Y por último, ¿algún comentario o reflexión final sobre este tema?
“Al final del día, lo más importante es que cada persona pueda encontrar paz y tranquilidad consigo misma. Cuando estamos en paz, nos sentimos bien. Qué lindo sería que todos pudiéramos sentir esa paz, porque cuando decimos 'estoy re loco' después de una semana difícil, lo que realmente deseamos es un momento de calma. Si todos estuviéramos mejor, nos entenderíamos más y nos relacionaríamos mejor, porque la paz interior es esencial para entender y acompañar a los demás.
Creo que todos queremos lo mismo, aunque a algunos nos cueste más que a otros. Y si podemos encontrar algo que nos haga sentir bien, podemos compartirlo y ayudar a otros a encontrar su propio camino. Nadie quiere ver a alguien sufriendo. Cuando un amigo está pasando un mal momento, lo acompañamos, le damos un mate, salimos a caminar... A veces, eso mismo es lo que necesita un alumno, que se le brinde contención y comprensión, para que sepa que no está solo y que hay personas dispuestas a apoyarlo. Entender esto nos ayudaría a todos a estar un poco mejor y a ofrecer un acompañamiento más empático y cercano."
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